EUROPA
PRESS
27 enero
2022
¿Sentimiento
de culpa con la comida? Aprende a lidiar con él y a usarlo a tu favor
Nuestra relación con la comida es
muchas veces un reflejo del día a día, de nuestra relación con nosotros mismos,
con los demás, con nuestra satisfacción a nivel personal y laboral, por
ejemplo. Nuestra relación con la comida nos da mucha información sobre cómo me
siento a nivel emocional y también a nivel cognitivo, ver cómo es mi diálogo
interno, cómo me siento, y cuál es mi relación con mi cuerpo.
Así lo defiende Marta García Pérez, psicóloga y
psicoterapeuta en 'Comer sin prejuicios' (Lunwerg),
un manual en el que dedica un apartado precisamente a la culpa que muchas veces
sentimos tras comer un determinado alimento. Según defiende, tras conductas que
interpretamos muchas veces como "erróneas" aparece la culpa. Por
ejemplo, tras comernos una bolsa de patatas podemos
sentirnos culpables porque no estamos cuidando nuestra forma de la manera más
efectiva.
Ahora bien, advierte de que la culpa nos ofrece la
posibilidad de aprender de nuestros errores, o bien de aprender a tratarnos de
una forma más amable, sin juzgarnos, y cuando probablemente más nos
necesitemos. "La culpa trata de prepararnos para la vida, evaluando
aquellas conductas, pensamientos, etcétera que considera incorrectos. Esa es su
función. Ahora bien, si vemos que la culpa ocupa demasiado espacio en nuestras
vidas, o que nos limita en nuestro día a día, es señal de que no estamos
sabiendo utilizarla a nuestro favor", sostiene esta especialista de la
psicología de la alimentación y la obesidad.
La culpa tiene también una función si yo la transformo en
responsabilidad, según prosigue, porque si yo por ejemplo tras comer me siento
mal porque me duele el estómago, porque siento que no he comido una cantidad
respetuosa para mi cuerpo, voy a trabajar una conducta de autocuidado, voy a
indagar qué es lo ha ocurrido en ese día, cómo he resuelto ese conflicto, por
ejemplo. "La culpa necesitamos utilizarla como motor de cambio y para
convertir nuestra responsabilidad, para reconocer recursos que sí tengo, que
están disponibles, pero que hasta ahora no he podido encontrar",
apostilla.
A su juicio, el problema aparece cuando intentamos
solucionar desde la restricción, algo que observa desde la consulta con
frecuencia según reconoce. "La solución es entonces que a partir del lunes
vuelvo a una dieta restrictiva y como no puedo conseguirlo me siento culpable
de nuevo y esta culpa acaba convirtiéndose en una emoción que daña mucho
nuestra autoestima y habría que poner ese foco. ¿Estoy utilizando la culpa como
motor que me indica que no esté quizá no es el camino que necesito y me
movilizo hacia el cambio? ¿O bien es una culpa que perpetúa ciclos repetitivos
de restricción, atracón o compulsión en el que además mi autoestima se ve
afectada?", pregunta García Pérez.
Entonces, subraya que sí que es normal que sintamos estos
sentimientos de culpa porque vivimos en una sociedad "muy pesocentrista" y muy enfocada a la alimentación desde
un lugar muy rígido y hacia ciertos alimentos que son sanos o insanos, y a
seguir ciertos hábitos alimentarios como un éxito o por el contrario como un
fracaso.
"Estamos en una sociedad muy gordofóbica, donde se
señala a los cuerpos gordos como señal de ineficacia, de falta de fuerza de
voluntad. Entonces al final no solo tenemos que luchar contra nosotros mismos,
que muchas veces ya es difícil, sino también en contra de una sociedad y
debemos tener un cuerpo normativo y llevar ciertos hábitos que supuestamente
son los saludables", agrega.
Por tanto, la psicóloga y psicoterapeuta resume que sentir
culpa a la hora de comer determinados alimentos es normal, siendo en ese
momento tan importante el recuperar la autonomía de cada uno y empoderarnos de
nuestra alimentación, así como entender que no hay una alimentación más o menos
sana, sino que todo va a depender de que cada uno, de que aprendamos a
descubrir qué nos resulta más sano, porque todo dependerá de la situación de la
persona, de la historia en torno a la alimentación.
"Muchas veces permitirse comer cierto alimento sin
culpa es más sano porque la salud no solo se mide en la alimentación, sino que
implica a más esferas, y no estar en constante lucha por comerse una bolsa de
patatas. Por tanto, es normal y algo muy común sentir culpa en nuestra conducta
alimentaria", agrega.
La comida puede ser nuestra mejor aliada
En este contexto, esta experta recuerda que la comida
"puede ser nuestra mejor aliada" y tiene una función regulatoria pero
solo en el corto plazo, porque en el medio y largo plazo puede convertirse en
una estrategia de regulación emocional disfuncional.
"A corto plazo si cumple esa función. Si estoy muy
enfadada y necesito trabajar esa rabia en el corto plazo la comida me va a
calmar. Me siento sola, como y en ese momento me siento más acompañado. Es una
estrategia útil solo a corto plazo. Por eso lo importante es ampliar nuestras
estrategias de regulación emocional para no depender tanto de la comida. (*) El
problema muchas veces no es nuestra relación con la comida, sino que si
abusamos de esa relación con la comida para buscar esa fuente de estabilidad o
de control que muchas veces ansiamos o anhelamos", agrega.
En este sentido, García Pérez mantiene que el hambre
fisiológica, aquel que responde a una necesidad puramente física, es diferente
al hambre emocional. Aquí subraya que todo hambre
física también incluye emociones y pone el ejemplo de un bebé, cuando amamanta,
aunque tenga hambre ese niño no solo recibe una nutrición fisiológica sino
también recibe placer, sosiego, calma, a nivel emocional también recibe
protección de mamá a través del alimento. "Esto cuando somos adultos sigue
siendo así, aunque yo coma cuando porque es mi hora de comer, también los
alimentos me provocan ciertos estados emocionales", reconoce.
Partiendo de esto ve importante entender o reconocer cuando
usamos la comida para regular alguna emoción, o bien para sentir alguna emoción
agradable que por nosotros mismos no podemos nutrir o experimentar. "Aquí
esto es hambre emocional, tanto para paliar emociones desagradables como para
sentir emociones agradables", apostilla.
Por ello, la psicóloga especialista en alimentación y
obesidad defiende que muchas veces no necesitamos tener grandes problemas para
usar la comida como una herramienta. "Muchas veces, una vida insulsa, con
pocos estímulos sensoriales, porque estamos acostumbrados a vivir en entornos
muy estimulantes, y ahora cada vez vivimos en entornos más repetitivos, sin
estímulos, tenemos una pared en nuestra cabeza en lugar del cielo. Cuando no
nos estimulamos a nivel sensorial también la comida se puede convertir en
fuente de placer y de estimulación a través de olores o de texturas, por
ejemplo y esto la industria alimentaria bien lo sabe y por eso se invierte
tanto dinero o conocimiento en buscar que alimentos son más estimulantes a
nivel sensorial", sostiene.
Con ello, aparte de aprender otras estrategias a nivel de
regulación emocional, que la mayoría no nos los han enseñado según lamenta, dice
que también podemos observar cuánto de estimulada está nuestra vida, o si esta
quizá nos resulta sosa o poco estimulante. "Aquí la comida tendrá una
función de nutrir esas emociones. Ahora bien, también cuando la usamos a nivel
de placer con otras personas, cuando quedamos con amigos para comer, también es
hambre emocional porque esta comida me permite sentirme conectada y celebrar y
disfrutar con esta persona", indica.
En última instancia, Marta García Pérez concluye que comer
sin prejuicios implica tener en cuenta que cada uno puede elegir qué comer en
cada momento, "hay permiso incondicional para comer lo que queramos y
necesitemos", y que hay que confiar en que nuestro cuerpo y mente van a ir
a buscar esos nutrientes que necesitan, que no van a querer excesos (estos
nacen de la restricción, de la mente), y que debemos abrirnos más y dejar de
etiquetar alimentos como buenos o malos, y haya más neutralidad a la hora de
elegir.